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Cuando hablamos de dolor en niños debemos tener en cuenta que no sólo afectan factores individuales (propios del niño) sino también factores familiares y sociales.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que las figuras paternas tienen una influencia directa  (o indirecta) en las conductas habituales de sus hijos. Según sus propias características (valores, personalidad, situación personal, etc.), día a día, refuerzan o castigan diversos comportamientos de sus hijos con la finalidad de que éstos aprendan determinadas normas de convivencia (y de la sociedad en general) y que aprendan a relacionarse con su entorno de una manera saludable.

Además, los padres se convierten en modelos de los que el niño aprende cómo comportarse en determinadas situaciones. Podemos convenir pues, que los padres tienen una clara influencia en la vida y las conductas de sus hijos.

Esta influencia no es menor en el caso de que el niño sufra algún tipo de dolor agudo o crónico. Si un niño vive en una familia donde la tolerancia al dolor se ve como una virtud, puede sentirse cohibido para expresar sus quejas.

Si, por el contrario, el niño está inmerso en un núcleo familiar donde algún miembro tiene una historia de dolor crónico,puede creer que el sentir dolor es algo normal y puede incluso identificar una serie de “beneficios” al hecho de presentar dolor: “su padre/madre no tiene que ir a trabajar cuando le duele”. Tanto un extremo como el otro ponen al niño en riesgo de desarrollar en el futuro un dolor crónico y una discapacidad (en el primer caso, el niño puede caer en una situación de indefensión y, en el segundo caso, el dolor puede cronificarse fácilmente al ser reforzado).

Como hemos visto hasta ahora, los padres resultan unos reforzadores importantes en el comportamiento del niño y, por ende, en sus conductas de dolor. Este refuerzo puede resultar positivo o negativo para el niño: unos padres que refuercen que su hijo lleve a cabo estrategias de afrontamiento al dolor, por ejemplo, están ayudando a que su hijo tenga una menor probabilidad de desarrollar un dolor crónico.

Por el contrario, una madre que deja de ir a trabajar para quedarse cuidando de su hijo cada vez que éste siente dolor y se muestra solícita a todas sus demandas, está aumentando el riesgo de que la conducta de dolor que presenta su hijo se mantenga o repita en el tiempo.

Diversos autores se han encargado de estudiar qué conductas de los padres estarían influyendo en el dolor de sus hijos. Por un lado, encontramos aquellas conductas específicas de los padres que estarían asociadas a un incremento del dolor y el distrés de sus hijos, a una mayor dificultad de éstos para afrontar el dolor y a una mayor probabilidad de desarrollar dolor crónico en el futuro.

Entre ellas encontramos: el hecho de ser solícitos a las quejas de dolor de los hijos, el sentir empatía por su dolor o el criticar los esfuerzos del niño para afrontar el dolor. Por otro lado, conductas como tener un buen humor o recomendar el uso de estrategias de afrontamiento, entre otras, se relacionarían con una disminución del dolor y el distrés.

Así pues, después de haber visto el impacto que tienen las conductas de los padres en la experiencia dolorosa de lo hijos, es importante tenerlas en cuenta a la hora de entender, evaluar y tratar el dolor (agudo o crónico) infantil.

Elisabet  Sánchez, ALGOS. Recerca en Dolor

Universidad Rovira i Virgili, Tarragona

Créditos de la foto: Getty Images


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